jueves, 22 de marzo de 2012

Ideas viejas

Qué difícil es deshacerse de viejas ideas, de pautas antiguas de comportamiento que no se han revisado, de gestos enquilosados, de hábitos indiscutibles. 
La batalla interior comienza cuando algo nos despierta la atención sobre un punto concreto de nuestra cadena de hábitos y pensamientos. Ese punto, de repente, adquiere una dimensión que antes no tenía, y se siente la necesidad urgente de hacer algo al respecto. La sorpresa nos la llevamos al notar la cantidad de energía, de esfuerzo, que nos exige ese cambio de perspectiva. A veces puede costar lágrimas, dolor, sufrimiento.
Admiro a la gente que puede cambiar sus rutinas con total determinación, que tienen paciencia para esperar a ver los resultados, que disfrutan del proceso de mutación y lo observan con mirada científica, que confían en sí mismos y en la efectividad de su nueva idea. Pero la realidad es que al ser humano, en general, cambiar de idea no es algo que se le de muy bien: astrólogos, psicólogos, curas, chamanes, psiquiatras, farmacéuticos, tarotistas, filósofos, autores de libros de autoayuda y demás traductores entre la emoción y el razonamiento  lo podrían confirmar.
 Entonces, pienso, que si es así de manera individual, también lo es en lo global, también las viejas ideas o los viejos hábitos plantados en la sociedad serán difíciles de abandonar. No sé si somos una mente colmena, una marea humana, si recibimos influencias astrales o designios determinantes, si nos une una energía colectiva o simplemente eso de ser de la misma especie, compartir genoma y estructura cerebral y esas cosas,  nos hace parecernos mucho en nuestras reacciones, pero algo hace que nos movamos a la vez, a lo grande, en puntos comunes de nuestro encuentro en la línea temporal (seguro que esto ya se ha dicho antes y tiene un nombre adjudicado, como Inteligencia Colectiva o algo así). La cuestión es que si todo el mundo reconoce que alguna vez ha sufrido al abandonar un viejo hábito por otro mejor o distinto, al tener que dejar atrás una opinión sobre algo que ha resultado evidente: dejar de fumar, cambiar de pareja, disgregar una amistad, abandonar gestos infantiles, o aunque sea cambiar de partido, de coche, o de equipo, podrá imaginarse lo que nos cuesta a todos realizar un movimiento conjunto.
Por lo que parece, las nuevas ideas que acabaron sustitituyendo a las viejas primero fueron pequeños fogonazos, luego se traspasaron a lo colectivo y después, poco a poco, se fueron asentando en la sociedad. Cambiar no es fácil, pero si la idea nueva adquiere el suficiente peso acaba por imponerse. Para mejor o peor, según se mire. La idea nueva no debería ser asumida hasta poder calibrar sus consecuencias. Cuando alguien deja de fumar enseguida nota mejorías palpables: respira mejor, tiene mejor cutis, la voz se le aclara. A la larga también nota consecuencias positivas sobre su salud, y aunque morir, por desgracia, moriremos igualmente, al menos logra una grata sensación de poder sobre sus gestos. Ha roto con un hábito que se instaló sin ningún planteamiento previo y que sin embargo tuvo que ser abandonado tras un planteamiento serio. Un maestro Jedi, vamos.
Si llegamos a saber antes, en el momento justo en que iniciamos ese gesto que acabaría esclavizándonos, fijo que lo hubieramos detenido al instante.
También podemos tener malas nuevas ideas. Empezar a integrar un comportamiento en nuestra vida que al principio nos parece bien pero que a la larga demuestra ser dañino.Ek truco, supongo, está en reconocer los estragos de esa nueva idea y tener el valor de cambiarla de inmediato. Actualmente, tenemos datos bastantes como para demostrar qué ideas son contrarias a la salud de la sociedad. Sabemos qué comportamientos individuales afectan de forma negativa al conjunto. Sólo tenemos que reunir el valor suficiente para cambiar de idea, desterrar la antigua y sustituirla por una mejor, ponerla en práctica y observar atentamente si es en realidad una buena idea.
Los músicos sabemos mucho de eso. Hay mil propuestas a cerca de un arreglo a la melodía principal. Si todos los miembros del grupo desean que la canción sea lo mejor posible olvidarán sus necesidades egoístas (la aprobación de los demás, el ego, la satisfacción temporal) por el bien común ( que la canción suene de coña).
Si queremos que nuestra canción sea bonita, pegadiza, eterna, debemos aportar lo mejor de nosotros mismos sin pensar en nosotros mismos. Parece difícil. Pero si seis personas encerradas en un cubículo pueden hacerlo, ¿por qué no millones de seres humanos viajando sobre una bola de agua y tierra?
Las buenas ideas nunca envejecen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario