Hoy hace un día de esos tristón, grisáceo, la Niebla, la Nada, la espuma de los días...
Así que no me dejaré llevar por el pegajoso halo nostálgico del día. Intentaré mirar más allá de las nubes oscuras. A ver si lo logro.
BCN, ciudad independiente y aspirante a megalópolis referente y automatizada, año 2012. En plena crisis económica e intelectual. El arte quema en las hogueras de lo subterfugio. Allí arriba, los Dueños del Mundo comen diamantes y luego los defecan, brillantes por fuera, marrones por dentro. Como autómatas largamente programados, los robots del Imperio, los devoramos. Y de tanto comer mierda empezamos a ser el reflejo de lo que nos enseñan.
Los largos y finos dedos de los calculadores han pulsado los botones adecuados y una considerable cantidad de humanos han reaccionado inmediantamente a la orden. Cuantas veces lo habrán hecho ya, se saben la combinación de memoria, está en el manual. Demasiados años cenando marisco con el enemigo, han hecho de la Cúpula un paradisíaco lugar apátrida con leyes propias.
Algunos ya están hipnotizados. Algo extraño, perverso, oscuro, afectado, les ha incendiado. El miedo genera esperanzas exageradas y busca enemigos. Un ansiado cambio puede traer, en apariencia, cualquier nueva recolocación. Pero tengo claro que si hay inesperadas maniobras, es porque han sido negociadas en la Cúpula. Los buitres que la rodean buscan la manera de salvar sus culos. Su prestigio y su ritmo de vida dependen directamente de lo que el grueso de la ciudadanía gana para ellos. Deben convencernos para que sigamos manteniéndolos. Y perdida la confianza, sólo les queda jugar la carta del sentimentalismo. Del juego sucio. De la demagogia.
Lloramos. Pero ya no lloramos por lo que estamos perdiendo. Lloramos conmovidos por la visión de un horizonte que nos evite el sufrimiento. Un espejismo que pagaremos de nuestro propio bolsillo.
Me importa un bledo la patria, digo, y me da asco que le cuelguen el arquetipo de la madre con la promesa de deliciosas croquetas. Y no solamente, que también, porque es otra demostración de lo atávico del asunto, de los roles rancios de una sociedad pueblerina, si no ya por lo nauseabundo de lo repetitivo. La patria no es más que un invento anticuado fabricado por aquellos humanos que todavía temían cruzarse el mundo. Llamemos a las cosas por su nombre. Los países, las naciones, los territorios, son órganos de gestión en los que nos hemos repartido, herederos del estilo del pasado. Si hay que llorar por algo es por su organización deficiente. Eso no tiene nada que ver con la identidad. Ni, ya de paso, con la religión, con la moral, y si me apuran, con la ideología. Si no más bien con el reparto, la justicia y el pragmatismo.
¿No se dan cuenta? Hay un lugar en el planeta en el que la patria no existe salvo como tablero.