Nos llegan tantos mensajes desde la publicidad y los medios que es muy difícil a veces distinguir entre lo que uno realmente quiere, desea o piensa y lo que le ha sido inducido por la sociedad (las creencias populares, la tendencia de moda, los valores transmitidos por la família, la influencia del entorno, etc) y por los instrumentos del poder económico y político.
Pero viendo reportajes y documentales, como The Corporation o los de Michael Moore o los Zeilgeist (todos interesantísimos) queda meridianamente claro, si es que no lo estaba ya, la adicción de las empresas a vender. Especulan, hacen juegos malabares con el dinero, pactan con las fuerzas políticas, policiales y con la prensa, y explotan a sus congéneres y al planeta., etc. Pero sobre todo y ante todo lo que NECESITAN es vender. Las multinacionales, cuyo poder es inmenso, tienen más poder que la religión, que la política, busca la manera de obtener al mínimo precio un producto que luego multiplica beneficios en el mercado. Y para que nosotros tengamos unas ganas irresistibles de comprar ese producto, se las figuran de varias maneras. Se infiltran en todas las áreas posibles de nuestras vidas para conseguir su propósito. Oímos y vemos las bondades de las marcas en cualquier sitio: la calle, el metro, la radio, la red, un ascensor...y se preocupan de que sus marcas sean visibles y llamativas y las ponen en sus productos (de manera que alguien puede estar pagando una considerable suma de dinero por hacer publicidad de una marca, que es una de las mayores estupideces que veo a diario, por cierto). Nos inundan de tal manera con sus mensajes que incluso llegan a influir en las vidas de las personas y a mantener una extraña simbiosis con ellas. Tal empresa de automóviles vende modelos de coche a través de la idea de que, si tú tienes uno, es porque eres un padre de família autónomo, con un perro, que veranea en la montaña. Al final no se sabe si tú compraste el coche porque eres así, o si tú eres así porque la publicidad te ha transmitido que es eso lo que debes hacer: formar una familia, currar, tener un perro, veranear en la montaña y tener ese coche. Un lío. Pero una cosa está clara: lo de la publicidad es una invasión, es demasiado, es una constante tormenta de estimulos visuales abusiva.
Pienso que estamos de camino de la estética, y otras cosas, de la película Idiocracia, que vale la pena ver por lo que augura, que está ya muy muy cerca y a lo que no deberíamos llegar nunca.
No veo ninguna ventaja en estar sometidos a esa tortura.
Pero sí veo una oportunidad en ser sus máximos objetivos.
El cliente siempre tiene la razón.
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