El Ser Humano es un animalito con un cuerpo que funciona con comida. Por lo tanto el alimento no es un derecho si no una necesidad de primerísimo orden que los Estados y formas de Gobierno están en la obligación de asegurar y de proteger, así como de invertir el dinero ganado entre todos en la creación de modelos que permitan que la comida llegue asequible, sana y si puede ser, sabrosa. No hay excusa ninguna, ni ideología, ni lógica alguna que pueda posicionarse en contra de esta premisa. No hay nada más importante para la comunidad humana que el alimento. Es nuestra gasolina, nuestro carburante, son nuestras pilas. Alguien que considere dejar sin comida a un semejante, es simplemente un sádico. Un Gobierno no es nada más que un organismo que gestiona lo común. Todas esas polittizaciones absurdas y mercatilización de todo, están haciendo que olvidemos lo básico. Ninguna persona capaz de dejar sin alimento a la población debería formar parte de una empresa alimentícia, y eso es en lo que nuestros órganos de gestión deberían estar pensando y no en cómo favorecer a tal Grupo Económico, o perder el tiempo en debatir sobre el pequeño acto heroícopopulista del simpático Sánchez-Gordillo. Si este hombre pretende un minuto de gloria, bienvenido sea al espectáculo, no será el último ni ha sido el primero. Lo que importa es el mensaje, ingenuo, bonachón, de que unos vecinos son capaces de cuestionar al sistema económico cuando ven peligrar sus básicos. La actitud de los Supermercados es grosera y despectiva. No reciclan sus sobras y prefieren verlas pudrirse en un vertedero que darles el único uso por el que son cultivadas. El estilo robinhoodesco del romántico Gordillo es lo que tiene este humilde caballero a mano. Ustedes, los que visten trajes caros, viajan en primera, negocian con peces gordos, llenan sus bolsillos, estampan sus caras en los titulares, los que confunden orgullo con servicio, dinero con vida, ustedes los que tienen a mano la manera real, contundente, útil, incisiva, de poner fin a esta depravada forma de llevar las cosas, no demuestran más que desfachatez en sus minutos, y minutos, y minutos de gloria. Son las vedettes de la miseria. Y yo como espectadora, qué quieren que les diga, siempre me ha tirado más la lycra brillante de unas mallas verdes y una pluma roja. La bandera pirata de un barco de funcionarios rebeldes navegando entre edificios grises.
El señor Sánchez-Gordillo, que es gracioso hasta en el nombre, representa a un pequeña comunidad que se ha organizado de una manera que, con infinitas variaciones en el estilo, podría ser un útil ejemplo para poblaciones cuya vida gira entorno a la agricultura, la pesca y las indústrias concretas. El dinero de sus impuestos y el presupuesto del Estado para esos asuntos podría utilizarse para dotar a esas industrias de los avances de la tecnología y concentrarse en cómo utilizarlas de la manera más fectiva, menos contaminante, más segura. Se podría aprovechar el impulso de los trabajadores que están dispuestos a dar lo mejor de ellos para su buen funcionamiento, pues no solamente de ello depende su sustento, si no su significado vital. Esas comunidades están dispuestas a autogestionarse, lo que organizado de un modo coherente, a la larga los haría menos dependientes de las subvenciones, lo que descargaría considerablemente el peso económico que soportan las Arcas Comunes. Pero por algo que yo no soy capaz de ver, esto no interesa. Sospecho que el interés del Estado, de los miembros que lo gestionan, está puesto en otras cosas, en grandes negocios internacionales que han olvidado su responsabilidad hacia el Planeta y la especie que tiene en sus manos su propia supervivencia. No se puede ser más egoísta. Ni más miope. Y mientras tanto, pierden en tiempo en el intercambio de cifras demenciales, asustados de la muerte inminente, comprándoselo todo creyendo que eso los hará inmortales, disfrutando su corta y miserable vida sin compartir ni el pan. Y de paso con su escaso amor por el Arte y su apasionado gusto por lo mediocre, nos contagian a todos de su miopía, vendiéndonos la moto una y otra vez, para poder quedarse ahí medrando como asquerosas ratas que quieren llevar un collar de diamantes.
En las ciudades es donde están las Ratas, amigos y amigas. Y desde dentro no se cambia nada. Estar dentro es perderse en sus laberintos. Dentro no hay NADA. Dentro significa la cúpula, el peldaño. Fuera está todo lo demás. El actual sistema no sirve para todos. Otro sistema es posible.
Imaginemos, seamos valientes, busquemos la sabiduría de otros que saben más (donde quiera que estén, por favor, que salgan de sus cuevas), seamos humildes, seamos inteligentes. A lo bruto acabaremos perdiendo, y sangrando. No seamos tan simplones respondiendo a los puñetazos con la otra mejilla pero tampoco pensemos que un remiendo es la solución global. Comportarse con caridad es muy honroso pero no hay que confundir un acto en respuesta a una agresión, con el camino a seguir hacia una meta clara y consensuada. Entre los restos de todas nuestras sociedades y civilizaciones, de todos los sistemas que se han experimentado (obviando los prejuicios de los que nos ha llenado el sistema siguiente), de todos los que hemos creado a través de la literatura ( y de sus expresiones visuales), hay unas sobras estupendas que podemos reciclar.
¿Seremos capaces?
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