Todo el mundo está triste por la defunción de Megaupload, la máxima expresión de la libertad cultural, la mejor biblioteca universal que tuvo jamás la humanidad a su disposición junto con otras platafromas de semejante servicio. Todo el mundo menos algún autorcillo que cree que haber vendido una vez entraditas de cine, estar metido hasta el tuétano en una indústria pasada de moda, y optar a algún premio cutre que organiza la misma, le convierte en un buen cineasta y en un terrícola con derechos especiales sobre las libertades conjuntas. Supongo que estos autorcillos creen que la gente se descargaba sus pelis, y ahora se frotan las manos pensando en la pasta extra que les caerá ahora. Pero en realidad nos hemos quedado sin el puente que nos permitía acceder a contenidos culturales que nunca vamos a ver en un cine, que podremos encontrar en algún videoclub por pura casualidad después de alguna odisea y que dificilmente podremos adquirir en una tienda: documentales que cuestionan el sistema, películas de Serie B y Serie Z, películas independientes de otros países, o películas ya viejas de esas que los yanquis tienen la puta manía de remakear convirtiéndolas en purés intragables de lo que un día fueron, y, LO MÁS IMPORTANTE, contenidos culturales (música, cine, etc) de propia producción ajena a cualquier indústria que cualquier terrícola tiene derecho a compartir con sus semejantes. Es, sin lugar a dudas, un complot asqueroso de una indústria que no solamente quiere hacernos comprar a un precio triplicado el producto que les interese vender si no que además no tiene NINGÚN interés en el arte, en la originalidad, en la diversidad y por supuesto, en la libertad. Las Leyes contra la libertad en la Red son uno de los mayores agravios por parte del mercado que hemos sufrido los seres humanos. Recuerden la historia de mi admirado Tesla: creó una energía inalámbrica gratuíta para todo el planeta, pero tenemos energía carísima, contaminante y de obsolescencia programada porque unos pocos quieren enriquecerse a costa de la mayoría. Los artistas que apoyan estas Leyes merecen ser ignorados y maltratados por el público. La indústria que está intentando, y logrando, subyugarnos y acotar nuestra imaginación merece ser de una vez por todas desterrada. Los derechos de autor no son más que una excusa para estúpidos y una estupenda estrategia legal para lograr la dominación total de los contenidos.
LIBERTAD DE EXPRESIÓN LIBERTAD DE INFORMACIÓN LIBERTAD DE RECEPCIÓN
¡LA RED SERÁ LIBRE!
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