Vivo en un rincón del planeta que parece un enorme ombligo. Me atrevería a decir incluso que vivimos en un planeta formado por enormes ombligos, no el de cada cual, si no grandes ensaimadas de carne en espiral maquilladas con los colores de un equipo. Esta visión me produce escalofríos, el ombligo es la parte del cuerpo que menos me gusta. Le tengo manía, desde pequeña. Digamos que es mi antifetiche.
Consideraciones físicas a parte, esta semana me llaman la atención varios temas.
-Rajoy: Es ese hombre de escaso atractivo que dice ser mi presidente, al que no he elegido y que representa unos valores tan anticuados que me parece de otro siglo, de otro mundo. Vi la rueda de prensa en la que transformó en línea de crédito un rescate. Los juegos de palabras me apasionan, es un gran deporte. Tanto tiempo esperando a que me rescate un príncipe azul, como para que venga una rana e invite al charco a cerdos y buitres. Un despropósito. Además tuve la suerte de ver el paripé en buena compañía, que hace el peso más llevadero. Hay un mundo paralelo que se está desarrollando al margen de las artimañas de quienes pretenden seguir viviendo a costa de un sistema organizativo que a todas luces está dejando de ser útil, incluso para los que lo han disfrutado. Hay gente que vive al margen con valentía e imaginación. Los negocios de alta competición, esos movimientos económicos descritos en jeroglífico, ese juego de reglas complicadas y flexibles según el interés de los jugadores, debería ser puesto seriamente en duda, revisado y sustituído por otro más efectivo.
-La Caridad: Es esa actividad que calma los síntomas de un desastre, pero que no corrige el error. No digo que no sea importante ayudar al prójimo en los malos momentos, pero rescatar a la princesa del dragón no hace desaparecer a la bestia. Unirse, organizarse y superar las trabas es una buena actitud, pero no resuelve nada. Al carecer de verdaderas propuestas a las que pueda adherirse cualquiera, nos reunimos en pequeños grupos para esquivar los puñetazos. Pero las hóstias siguen cayendo. Y es tan provinciana nuestra mentalidad, aún, que sucumbimos ante el agradable espejismo de lo inmediato. Héroes y heroínas vestidas de mojigatas dan jarabe y ponen tiritas. Encomiable labor. Un aplauso, un premio, unos minutos de televisión. Y mañana un sillón en un buen despacho. Y la rueda no se detiene.
-Antisistema: A través de la prensa nos han lanzado esta palabreja, de modo que ahora cualquiera que se plantee el sistema organizativo que padecemos pasa a ser inmediatamente eso (o perroflauta, que yo creo que es un insulto directo y es un adjetivo al que jamás de los jamases me adscribiré, que una será pobre y desgraciada pero aún le queda estilo) Ahora una persona que protesta es antisistema. Y eso, perdonen, es una chorrada. Porque esa persona, hasta donde yo llego, suele consentir varias de las premisas bajo las que evoluciona nuestro sistema: tiene coche, tiene hipoteca, va a la universidad, anima a un equipo de fútbol, juega a la democracia, tiene todos los electrodomésticos y adminículos de "última generación", le gusta una determinada marca y quiere ser un individuo aprobado por la sociedad. El sistema no sólo son corbatas y votos, chalets y corruptelas. El sistema ha ido desarrollando unas costumbres a las que estamos tan arraigados, que nos resulta imposible ver más allá del ombilgo: imaginar otras maneras de hacer las cosas. Por que si las imaginamos y damos con una idea más justa, si perdemos por el camino nuestra percepción de lo que nos hace un buen ciudadano, pierde la gracia. Antisistema no somos nadie, salvo algún eremita que haya decidido apartarse del mundo, siento desmontar la fantasía de los mayosesentaocheros. De aquellas fechas, que se sepa, no salió gran cosa. La euforia colectiva es un placebo. Los cambios o son profundos y duraderos, o transforman por completo las costumbres y señalan nuevas direcciones, o no son más que ilusiones de adolescentes que, antes de hacerse adultos y aspirar a ocupar un lugar aceptable, quieren correrse una juerga para poder contar batallitas. Siempre estaremos bajo las normas de un sistema u otro, no tenemos más remedio que hacerlo para convivir. Conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí. Eso es el sistema.
No hace falta luchar contra algo que ya se está derrumbando por sí solo. Señalar los errores no es lo mismo que corregirlos. Paliar los daños no es lo mismo que encontrar la cura. Guillotinar a los supuestos culpables no hará morir a la bestia. Escondernos tras las piedras de nuestro país no hará encogerse al planeta. Un título no es garantía de vocación. Un puñado de tipos con pantalón corto cobrando una millonada no representan ningún valor moral imprescindible. Estar en contra de algo no conlleva estar a favor de otra cosa.
Sigamos estrujándonos el cerebro. Puede que algún día nos atrevamos a pensar más allá de la ensaimada de carne.
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