viernes, 30 de marzo de 2012

Perlas ensangrentadas

- La inseguridad es un sentimiento bastante insoportable, que agudiza el miedo y por lo tanto condiciona las respuestas ante lo venidero. La inseguridad laboral en un mundo en el que se paga por todo puede provocar pánico. Nadie tiene asegurada una vivienda, aunque crea haberla comprado. Nadie tiene nada (excepto unos pocos) asegurado.

-Estamos viviendo con unos valores que han quedado anticuados. Las familias ya no son como en los cincuenta, ni el comercio, ni los jóvenes, ni las intenciones. Ahora formar una familia convencional es una opción entre otras. El comercio internacional ha crecido hasta ser planetario. Las últimas generaciones ya crecimos con esas rupturas, con las consecuencias de esa transformación. Las que vienen las habrán asimilado del todo. Sin embargo, la publicidad y otras bocas de la voz del mercado, siguen o bien empeñadas en perpetuar unos valores que consideran rentables o bien se han quedado simplemente anticuadas. Me inclino por lo primero. Esta gente hace estudios muy concienzudos sobre la relción producto-cliente. Se las saben todas, llevan siglos en el negocio. 

-A mí no me gusta confiar los pilares de mi existencia a gente que me cuenta como a un número. Que me contabiliza. Preferiría que mi corto paso sobre el planeta me permitiera vivir lo más a gusto posible, y creo que en eso coincidiríamos todos. Y si en vez de estar obsesionados con TENER, pudiéramos estar sencillamente viviendo lo mejor posible, muchos de nuestros problemas se habrían acabado. ¿Es tan difícil para algunos plantearse la vida no como una carrera, una caza, una guerra, si no como un cuadro, una melodía, un poema? Parece que sí. 

-Cualquier persona desde cualquier posición en cualquier punto del planeta, sea cual sea su condición y sean cuales sean sus circunstáncias, es capaz, o al menos su cerebro lo es, de mirar más allá de sus narices. Sólo se necesitan unos ojos con ganas de ver. Unos ojos que se hayan abierto.

jueves, 22 de marzo de 2012

Ideas viejas

Qué difícil es deshacerse de viejas ideas, de pautas antiguas de comportamiento que no se han revisado, de gestos enquilosados, de hábitos indiscutibles. 
La batalla interior comienza cuando algo nos despierta la atención sobre un punto concreto de nuestra cadena de hábitos y pensamientos. Ese punto, de repente, adquiere una dimensión que antes no tenía, y se siente la necesidad urgente de hacer algo al respecto. La sorpresa nos la llevamos al notar la cantidad de energía, de esfuerzo, que nos exige ese cambio de perspectiva. A veces puede costar lágrimas, dolor, sufrimiento.
Admiro a la gente que puede cambiar sus rutinas con total determinación, que tienen paciencia para esperar a ver los resultados, que disfrutan del proceso de mutación y lo observan con mirada científica, que confían en sí mismos y en la efectividad de su nueva idea. Pero la realidad es que al ser humano, en general, cambiar de idea no es algo que se le de muy bien: astrólogos, psicólogos, curas, chamanes, psiquiatras, farmacéuticos, tarotistas, filósofos, autores de libros de autoayuda y demás traductores entre la emoción y el razonamiento  lo podrían confirmar.
 Entonces, pienso, que si es así de manera individual, también lo es en lo global, también las viejas ideas o los viejos hábitos plantados en la sociedad serán difíciles de abandonar. No sé si somos una mente colmena, una marea humana, si recibimos influencias astrales o designios determinantes, si nos une una energía colectiva o simplemente eso de ser de la misma especie, compartir genoma y estructura cerebral y esas cosas,  nos hace parecernos mucho en nuestras reacciones, pero algo hace que nos movamos a la vez, a lo grande, en puntos comunes de nuestro encuentro en la línea temporal (seguro que esto ya se ha dicho antes y tiene un nombre adjudicado, como Inteligencia Colectiva o algo así). La cuestión es que si todo el mundo reconoce que alguna vez ha sufrido al abandonar un viejo hábito por otro mejor o distinto, al tener que dejar atrás una opinión sobre algo que ha resultado evidente: dejar de fumar, cambiar de pareja, disgregar una amistad, abandonar gestos infantiles, o aunque sea cambiar de partido, de coche, o de equipo, podrá imaginarse lo que nos cuesta a todos realizar un movimiento conjunto.
Por lo que parece, las nuevas ideas que acabaron sustitituyendo a las viejas primero fueron pequeños fogonazos, luego se traspasaron a lo colectivo y después, poco a poco, se fueron asentando en la sociedad. Cambiar no es fácil, pero si la idea nueva adquiere el suficiente peso acaba por imponerse. Para mejor o peor, según se mire. La idea nueva no debería ser asumida hasta poder calibrar sus consecuencias. Cuando alguien deja de fumar enseguida nota mejorías palpables: respira mejor, tiene mejor cutis, la voz se le aclara. A la larga también nota consecuencias positivas sobre su salud, y aunque morir, por desgracia, moriremos igualmente, al menos logra una grata sensación de poder sobre sus gestos. Ha roto con un hábito que se instaló sin ningún planteamiento previo y que sin embargo tuvo que ser abandonado tras un planteamiento serio. Un maestro Jedi, vamos.
Si llegamos a saber antes, en el momento justo en que iniciamos ese gesto que acabaría esclavizándonos, fijo que lo hubieramos detenido al instante.
También podemos tener malas nuevas ideas. Empezar a integrar un comportamiento en nuestra vida que al principio nos parece bien pero que a la larga demuestra ser dañino.Ek truco, supongo, está en reconocer los estragos de esa nueva idea y tener el valor de cambiarla de inmediato. Actualmente, tenemos datos bastantes como para demostrar qué ideas son contrarias a la salud de la sociedad. Sabemos qué comportamientos individuales afectan de forma negativa al conjunto. Sólo tenemos que reunir el valor suficiente para cambiar de idea, desterrar la antigua y sustituirla por una mejor, ponerla en práctica y observar atentamente si es en realidad una buena idea.
Los músicos sabemos mucho de eso. Hay mil propuestas a cerca de un arreglo a la melodía principal. Si todos los miembros del grupo desean que la canción sea lo mejor posible olvidarán sus necesidades egoístas (la aprobación de los demás, el ego, la satisfacción temporal) por el bien común ( que la canción suene de coña).
Si queremos que nuestra canción sea bonita, pegadiza, eterna, debemos aportar lo mejor de nosotros mismos sin pensar en nosotros mismos. Parece difícil. Pero si seis personas encerradas en un cubículo pueden hacerlo, ¿por qué no millones de seres humanos viajando sobre una bola de agua y tierra?
Las buenas ideas nunca envejecen.


martes, 13 de marzo de 2012

Mujeres y Hombres

Yo siempre digo que no soy feminista, que soy mujer.
Por principio no me adscribo muy facilmente a los ismos porque me aburren, me limitan y están démodé. Pero soy una mujer, eso no hay quien lo ponga en duda, y llevo siéndolo toda la vida. Y como tal me he encontrado con ciertas visicitudes que empíricamente me han demostrado que estoy en un mundo de hombres. Todavía.
Si hubiera nacido en otro lugar, en otra época o en otra cultura, hubiera sido sin duda mucho peor y en ese sentido admiro y agradezco a las mujeres que me han puesto el camino más fácil y compadezco de manera profunda a esas mujeres que, hoy día, están siendo en otra parte del mundo vejadas por el mero hecho de tener un aparato reproductor distinto al masculino. No voy a entrar en detalles, más que nada porque carezco de información suficiente como para hacer un análisis como mínimo inspirado. Sólo sé que cualquier ser humano es digno de respeto.
Un planeta que permite, tolera y reproduce sistemas esclavizantes está enfermo. Y esa enfermedad se manifiesta en distintos síntomas cuya raíz común es, al parecer, una emoción, un sentimiento muy humano de división que recrea jerarquías imaginarias que impiden la comunicación horizontal entre miembros de la misma especie. Esa jerarquía se perpetúa en tópicos paralizados y paralizantes.
Robert A. Heinlein, el escritor de ciencia-ficción, acaba rápidamente con algunos de esos tópicos usando la lógica para imaginar un futuro espacial en el que todos sus personajes principales suelen ser inteligentes, bellos, longevos, libres y prácticos. Lo que a cualquiera nos gustaría ser, vamos. Curiosamente este autor de fantásticas novelas ha sido acusado de machista por sectores rancios del antiguo feminismo setentero. Sus personajes femeninos son muy inteligentes, atléticos y seductores. Actúan en primera línea de la narración partiendo en igualdad de condiciones que sus compañeros del género masculino. Pero cometen el error de inclinarse por su feminidad, o sea por ese justo hecho único diferencial: por los mandatos de su aparato reproductor. Quieren, tarde o temprano, aparearse y ser madres. Y esa verdad como un templo es lo que aquellas feministas no perdonaban ( tan fina es la línea que separa la ejecución mecánica de un rol, de la expresión de los instintos más profundos en la hembra de la especie humana).  Hay una peli de Verhoeven basada en una novela de Heinlein que dibuja un futuro igualitario entre géneros. La verdad es que, salvo en los nombres de los protas, la peli, Starship Troopers, no se parece en absoluto a Tropas del Espacio, el libro, pero en cambio sí refleja muy bien algunas de las ideas del escritor, sobre todo al respecto de lo que nos ocupa: las oportunidades son idénticas para chicos y chicas. Una escena en concreto me parece genial: los soldados, hombres y mujeres, se duchan a la vez, desnudos, sin mamparas, frente a frente en los baños del campamento, mientras mantienen una conversación amistosa.  Si logramos algo así habremos vencido al pasado.
Arrastramos, en mi opinión, demasiadas costumbres asentadas en otros valores que no son la lógica, el aprecio y la generosidad. Costumbres arcaicas y enquilosadas. Una de ellas es la de tratarnos entre nosotros como si fuéramos opuestos. Somos espejos, pero nada más. A veces esa imagen nos refleja algo distinto, pero no somos oponentes.  En este puzzle las mujeres tenemos las mismas fichas que los hombres, si encajamos seremos un cuadro perfecto. Si enfocamos la cosa como un juego de competición, un ajedrez, por ejemplo, tendremos las mismas fichas pero al enfrentarnos quedaremos por igual diezmados. Y ganará la soledad.
 Es larguísima la historia de la mujer como objeto reproductor, como único y exclusivo rasgo de su utilidad hacia, como diría Ángel Fernández, la Tribu. Antiguo prisma que ha ido transformándose en sutiles formas de reducción de miras, convirtiéndonos en muñequitas, criadas, consortes, secretarias de nuestras vidas emocionales y afectivas. Y por defecto esto ha sido asimilado en roles secundarios en la vida social, posiciones en las estructuras y acceso al desarrollo formativo. La cosa ha ido evolucionando, por suerte en estos lares, y una ya no tiene por qué ser menos de lo que imagina para sí. Y aunque todavía queden restos muy sutiles, y otros no tanto, de este anticuado comportamiento, creo que es posible que el ser humano encuentre formas de comunicación entre sexos más amables, empáticas, más sinceras y menos cargadas de troglodismos. Ser mujer tiene sus cosas, pero no es impedimento para nada. No somos inferiores en ningún sentido. Hombres y mujeres somos máquinas de carne efectivas en cualquier área que nos propongamos. Nuestro aparato de reproducción sirve para perpetuar la especie de la manera más divertida y placentera. Estamos repartidos por igual en nuestras construcciones emocionales: somos padres y madres, novios y novias, hijos e hijas, abuelos y abuelas, amigos y amigas. Somos de la misma espécie, no somos hembras y machos de gatas y perros, somos hombres y mujeres fabricados en la misma materia, construídos con la misma estructura, concebidos de la misma manera. Efectivamente el aparato reproductor femenino es un mecanismo con ciertas características, que obliga a pasar por fases de las que los hombres poco saben, ligadas a la menstruación. Mutaciones hormonales a un ritmo considerable, con un inicio brusco y una caducidad compleja.. O sea, es una diferencia importante. Pero sólo como experiencia vital.

 Somos, a la suma, hombres y mujeres responsables de la evolución de nuestra sociedad en este planeta. Trabajando unidos empujamos el mundo. Divididos, lo estancamos.
Además ser un poco distintos es divertido. A mí, me da vidilla. 

viernes, 9 de marzo de 2012

La Chistera

Todo esto es muy complicado, mucho más, intuyo, de lo que puede parecer si lo agarro sólo de la puntita. Si tiro del pañuelo entero, sale otro anudado detrás, y luego otro, y más, cada uno de un color distinto y allá al final no veo aún la chistera.
Los pañuelicos de hoy son:
-Un pañuelo azul: El tema de las monarquías y la aristocracia, restos de pasadismo, que actualmente sólo tienen interés como atracción turística. Estas famílias, como hacen muchas otras, tienen algo que vender y que ofrecer al mercado sin necesidad de nutrirse de las arcas públicas o,  lo que es lo mismo, del dinero directo del ente no-privado, o sea, de la población. No es necesaria ninguna guillotina si no sentido común y una idea que nos complazca más o menos a todos. El negocio generado alrededor de estas famílias no va a detenerse dentro de este capitalismo atontolinante, pero el dinero que viene de los impuestos (lo que todo quisqui pone para que la cosa rule) que se supone que todo el mundo paga (que en realidad pagamos los pobres, porque los ricos los evaden) no tiene porqué alimentar mejor a una família que a otra. Ya lo dice el simpático Rey Juan Carlos que lo mismo se adapta a una cosa que a otra: La Justicia es igual para todos.
Anudado detrás, un pañuelo rosa:
 -La Tele: Aunque creo que su presencia diminuirá en los próximos años debido a la Red y a los Videojuegos, sigue teniendo un poder desmesurado sobre nuestra sociedad. El grandísimo negocio que ha generado hasta hoy la caja tonta, ha favorecido una televisión en manos de unos pocos grupos privados, muy horteras, muy politizados y sobre todo muy mercantilizados. A la suma, ofreciendo contenidos aburridos y manipulados que no convencen a las nuevas generaciones ni a la gente que creció con una programación mucho más experimental y cultural. La televisión es un medio maravilloso con cantidad de posibilidades chulísimas para la gente interesada en el arte y en la comunicación visual. Sin embargo, este medio hoy en día pertenece en exclusiva al ámbito del periodismo (del rosa al amarillo), ya no hay cabida para la música, las ciencias, las artes visuales, el teatro, la literatura o cualquier otra área creativa. La tele se ha transformado en un código repetitivo que prioriza la manipulación ideológica enfocada a vender productos y a captar votos.

Tiro un poquito más y varios pañuelos salen todos de golpe. Tengo en la mano uno nuevo que me cuenta, que detrás de todo, de todo, de todo, podría haber la sospecha de que estamos pasando de una era a otra. Parece que hemos nacido en plena transformación social planetaria. Y eso no creo que vaya a derivar en algo demasiado concreto en los próximos meses. Para impacientes, la cosa está chunga. Será cuestión de maravillarse con los pequeños cambios que se sucedan alrededor y cruzar los dedos para que la tendencia general esté inspirada por una mayor comprensión del género humano y de nuestras necesidades cambiantes. El futuro se va haciendo cada día, minuto a minuto, y cada ser humano diseña un pixel de la imagen conjunta. Está claro que arrastramos costumbres, ideas, mecanismos, estructuras, que ya no nos sirven, que hacen que nos inquietemos, que incomodan, que ya no encajan. Los que hasta ahora han pillado cacho a lo grande se perpetúan en famílias (carnales o empresariales) y su poder económico es tal que son capaces de mover masas humanas a su favor. Pero en el fondo todo el mundo es capaz de reconocer cosas básicas,  por ejemplo que el planeta es importante para nuestra supervivencia, sin mucha discusión. Si partimos de lo básico podremos tejer la nueva fórmula.