jueves, 29 de septiembre de 2011

Telepatías matinales

Tengo comprobado que la telepatía se da entre seres queridos. Esta mañana me he despertado pensando en la libertad personal, en la que das y en la que recibes, en el respeto mútuo y la consideración. Para mí la elegancia es una cualidad digna de ser desarrollada (sobre todo si no es innata) y esta reside, en mi opinión, en un lugar oculto tras la vestimenta y el gesto, en un lugar interno que se visualiza solamente en los actos. Esta mañana El juglar eléctrico parece haber despertado con la misma inquietud, y según el título de su artículo, Espuma por la boca , con la misma actitud. Lo he leído después de hablar por teléfono con mi amiga Gemma, corista y teclista de mi banda, Qbits, en una conversación personal en la que el tema de la libertad era la máxima. La libertad propia y ajena. He descubierto a lo largo de los años, y después de fuertes decepciones que han ido transformando mi pensamiento, que una no se puede amedrentar ante los actos de libertad ajena si estos pisotean la propia. En tales casos, que por desgracia se dan demasiados, no queda otro remedio que arremangarse la lengua y poner en la balanza de la justicia también la libertad de una misma. Para más inri, mi particular profesor de documentales, el Sr. Groovycosta, me mostró ayer otro grande firmado por el artista callejero Banksy en el que habla de una amistad curiosa y de como el arte se transforma en las manos de quien lo toca para convertirse en algo auténtico, palpable y conmovedor o más bien en objetos desprovistos de amor. Además llevamos dos días en Facebook compartiendo un cartelito con una frase, en inglés y en castellano, que viene a quejarse de que los artistas están hartos de que no se les pague por su trabajo. Yo no lo he compartido porque no estoy segura de que mi misión sea cobrar por expresarme, si no que estoy convencida de que mi misión es solamente expresarme y que lo hago gratis sin ningún pudor. Hay miserables que se aprovechan de los artistas, como también hay artistas miserables. Y todo artista sabe que el hambre física, espiritual, intelectual y emocional es el motor de la creación. Así que es de estúpidos no aceptar nuestra propia condición. Si es que se es artista, claro. Una cosa es el espectáculo, que lleva mucho trabajo y dedicación y por el que se puede cobrar como en cualquier otro oficio, y la otra cosa es el arte. El arte no se cobra, se vive. Y el único pago aceptable se puede ensuciar con dinero, pero se debe hacer factible mediante el respeto y el reconocimiento, que es la única moneda que el alma de un artista anhela cobrarse. De ahí vienen todas las trifulcas sobre artistas que se venden. 
Disfruten del documental de Banksy que cuelgo más abajo, y disfruten de la nueva canción de mis amigos Cyborgs, un tema que se llama El Umbral y que sale de la boca y de la mano de artistas. Y una vez escuchado, déjenme que les transmita que cualquier umbral es traspasable, que el miedo es enemigo de la novedad y que el umbral de mi corazón está siempre abierto a la honradez y al respeto, y que sólo se cierra a cal y canto, escondido tras el metal de un muro que se construye a base de miedos. Miedo a la traición y al usufructo desconsiderado de lo que una da sin medida. Miedo a encontrarme vacía como una copa de vino exuberante que sorbo a sorbo queda digerida y después completamente olvidada. El mismo miedo que sienten los Cyborgs, el mismo miedo que sienten los artistas callejeros del documental, la misma exigencia de respeto que piden los artistas desde el Facebook, el mismo miedo del que le hablé a Gemma esta mañana, todo es el mismo miedo. Miedo a dejar de existir.




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